24 dic 2010

Prólogo de la edición impresa

Soy montañista. Nací y vivo en Ecuador. Por tanto, soy un latinoamericano al que le encanta la aventura de la montaña y todo lo que se requiere para conquistar una cima. Escalo montañas desde que tengo doce años y esta pasión me ha llevado a conocer varios lugares del mundo, los Andes, los Alpes, el Pirineo, Alaska, el Himalaya, entre ellos.

La mañana del 3 de abril de 1999 en un hotel de Katmandú, con una gran resaca por el largo viaje que me llevó desde Ecuador a Nepal, me presentaron al señor Heber Orona, argentino, de Mendoza para ser exactos, quien sería mi colega de expedición y de cordada para escalar el Everest. Iba a compartir dos meses de aventura con alguien a quien jamás había visto y a fuerza teníamos que ser compañeros, porque Heber y quien escribe éramos los únicos que intentaríamos subir el Everest sin la ayuda de oxígeno artificial. En su presentación me contó que era guía en el Aconcagua y que, además de las decenas de veces que había subido por la vía normal, en el ejercicio de su oficio, también había llegado a la cima del techo de América por la impresionante Pared Sur.

No me cabe la menor duda de que las montañas son el mejor escenario para despojar a cualquier ser humano de las etiquetas, los títulos y las posturas adquiridas. Porque ante la inmensidad de la montaña, la ansiedad por lo desconocido, la crueldad de los elementos y, en última instancia, el miedo a morir, todos nos mostramos tal cual somos: con nuestras grandezas y miserias de espíritu, con nuestras valentías y nuestros miedos. A la hora de la verdad no hay títulos ni nacionalidades, solamente quedan seres humanos desnudos arropados por la decisión de luchar para seguir viviendo, alcanzar la cima -si se puede- y luego llegar con vida al campo base. Es por eso que después de la exigencia de una expedición a las grandes montañas la participación de dos desconocidos puede devenir en una entrañable amistad que perdurará toda la vida, o en la ignorancia y la separación absoluta de las partes.

El jueves 27 de mayo de 1999, Heber y yo tuvimos la bellísima posibilidad de llegar a la cima de la montaña más alta del mundo sin la ayuda de oxígeno suplementario. El Everest me regaló su cima con una mañana preciosa, inolvidable, completamente despejada y sin viento. Pero también me regaló un amigo querido y entrañable, con quien seguimos unidos, a pesar de los kilómetros que separan Quito y Mendoza, porque
fuimos hermanos en uno de los sueños más importantes que puede tener un montañista, cómplices en la alegría, en las dudas y las angustias, porque juntos bajamos con vida y con la cima de la Chomolungma.

Es por eso, por esta suerte de derecho adquirido por la hermandad de la montaña, que Heber Orona ha tenido la gentileza de pedirme que escriba este prólogo. Sea la montaña que fuere, Cotopaxi, Chimborazo, Ojos del Salado, Aconcagua, K2 o Everest, a la hora de plantearse la ilusión de llegar a su punto más alto, las sensaciones son exactamente las mismas y el proceso idéntico. Arranca con la concepción de la idea, las dudas correspondientes, la investigación, la decisión de hacerla realidad, el entrenamiento físico, la preparación psicológica y la hora de la verdad cuando se está al pie de la montaña y se da el primer paso soñando con la cumbre. Es verdad que cada montaña tiene su propio nombre y se ubica en su latitud y longitud correspondiente, pero cuando llega la tormenta… todas las montañas son idénticas, nos empequeñecemos, nos deslumbramos, nos atemorizamos, aquellos que creemos, rezamos. De la misma manera cuando se llega a la cima de una montaña, cualquiera sea, la multiplicidad de sensaciones se configura nuevamente, felicidad, abrazos, llanto, nuevas ilusiones de más horizontes con otras montañas y otras cimas.

Tengo la suerte de seguir llorando de felicidad cuando -en mi ejercicio de guía de montaña- llego a la cima del Cotopaxi, uno de los volcanes de mi pueblo, que apenas tiene 5.900 metros de altitud.

Heber Orona es un guía de montaña que realiza su oficio como un apostolado, con dedicación, cariño y compromiso, porque, no lo duden, la tarea de llevar de la mano a un ser humano a cumplir sus sueños en la cima de una montaña es delicada, y con esos valores el camino se hace más llano. Con la misma dedicación con la que ha logrado tantas veces la cima del Techo de América, Heber ha escrito este libro para animarnos, alentarnos y ayudarnos en nuestro sueño de conquistar el Aconcagua. El honor fue mío al haber sido uno de los primeros lectores de este libro, y como corolario, haber decidido y animado este pasado febrero de 2010, a escalar el Aconcagua por su Ruta Normal y posteriormente por la Pared Sur, vía para la que guardaré por siempre un inmenso respeto.

Estimado lector, con la facilidad de hacer un recorrido por el abecedario, con datos claros y la voz de Heber hablándole prácticamente al oído, usted podrá caminar por el sendero de esta guía de ascenso al Aconcagua y encontrar toda la información que necesita para ilusionarse, instruirse y finalmente animarse a soñar con ser parte de aquellos que la transitaron y, por qué no imaginarlo, de aquellos que conquistaron su cima.

Iván Vallejo Ricaurte
EXPEDICIONARIO

1 comentario:

  1. CAROLINA SOLIS - MDZ WINE TOURS28 de diciembre de 2010, 10:00

    HEBER, TUVE LA OPORTUNIDAD DE CONOCER A IVAN POR MEDIO TUYO Y LA VERDAD TE FELICITO DE HABERLO ELEGIDO PARA QUE HAGA EL PROLOGO DE TU GUIA..ESTOY MAS QUE SEGURA QUE TU GUIA ES UNA HERRAMIENTA MUY UTIL Y FACIL DE ENTENDER PARA CADA EXPEDICIONARIO QUE DECIDA HACER LA EXPEDICION AL CERRO ACONCAGUA. UNA VEZ MAS FELICITACIONES !!!

    ResponderEliminar